15 dic 2007

Comerse un bollo de hojaldre en forma de media luna I


La larga cola del registro civil -en la que me encontraba- rompió el torturador silencio con un cálido aplauso. La única funcionaria de atención al público colgaba un cartel dando el cierre a pesar de ser las 10.00 de la mañana de un viernes. Sus superiores pensaron que reduciendo el personal al mínimo en ese servicio acorralarían la conciencia de la única trabajadora disponible, de tal forma que ésta se viera abocada a saltarse el almuerzo. Pero la bendita mujer, con la fortaleza que hace falta para fraguar los cimientos del imperio, ejerció su derecho inalienable caminando dignamente hacia el segundo hogar de los españoles con solera: la cafetería.

Si hay algo que salva a nuestra nación de una hipotética invasión son los más de 230.000 bares y 55.000 restaurantes diseminados por todo el territorio nacional, y que triplican la tasa registrada en Francia, Alemania o Gran Bretaña. Su implantación estratégica, a modo de los kibutz judíos, impiden que un ciudadano de 100 pasos sin toparse con una buena caña o un pincho de tortilla. Los estudios de concentración geográfica apuntan un curioso fenómeno: existe siempre una mayor densidad de establecimientos alrededor de lugares de culto y delegaciones de la administración pública.

Volviendo a nuestra historia, la funcionaria se marchó almorzar y los que allí quedamos, con las palmas carmines de tanto aplaudir -agradecidos por tamaña defensa de costumbres imperiales,- decidimos no ser menos, peregrinando cuál devotos del Apóstol Santiago hacia nuestra segunda pitanza mañanera.

Lo que encontramos en la cafetería lo contaremos en próximas entradas. Un anticipo: orgullo, lágrimas y brava tradición.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Acorralósela de mejor modo, ya que la magnánima funcionaria pensó -con acierto-, que todos los allí presentes debían también almorzar.
Y, por favor, no torturéis a vuestros lectores dilatando el tiempo de espera, ya ansiosos por conocer la conclusión de esta historia.

Anónimo dijo...

Bien cierto es el derecho del trabajador a sus momentos de descanso, de desconexión de las constantes peticiones administrativas del pueblo, normalmente llano. Por algo han estudiado, han aprobado contenidos imperiales como la Constitución; y es que, quien critique al funcionariado, es porque le mueve la cochina y antiespañola envidia. Alzo mi copa para brindar por la Administración (de 10:00 a 14:00, claro)

Anónimo dijo...

Una observación patriota para el licenciado pipiolo. Comparto su reflexión salvo que la envidia es antiespañola. La envidia es deporte nacional. De hecho en los juegos olímpicos del 80 España propuso que se elevara a deporte olímpico con infructuosos resultados. Espero monográfico del glorioso Jeromín al respecto.

Anónimo dijo...

Lamento, señor anónimo, que tenga en tan baja estima el ego del español de pro; cualquiera es bien consciente de que superar la perfección del verdadero hijo del imperio no es posible; por ende, no se puede dar envidia. Simplemente, el español ES perfección, sin comparaciones ni sentimientos de pueblos inferiores...

El sueño de la razón dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

echaba yo de menos entre los blasones patrios la censura pardiez

Anónimo dijo...

Justo es decir que aunque pareciéralo, no ha tal censura, suprimido. Se la impuso uno mismo, ya que fue el propio autor del comentario quien lo suprimió. Y tal solicita disculpas por haber podido inducir a error.