17 mar 2008

El urogallo se estresa I


El urogallo, para nuestros cachorros imperiales que puedan desconocerlo, es una gallina negra grande puramente española, que, como todo lo puro y español está en peligro de extinción. Ociosos investigadores del Instituto Ornitológico Suizo, tras analizar exquisitamente las deyecciones de nuestro pájaro autóctono han publicado en el Journal of Applied Ecology una peregrina teoría de que la culpa es de nuestros esquiadores, que les estresan, y les impiden aparearse.

Para empezar, ¿desde cuándo algo de barullo ha impedido a cualquier criatura íbera reproducirse? Llegar a esas conclusiones es desconocer las costumbres locales. Cualquier ruido del vecino -como la cadencia de un golpe de madera o de hierro contra el tabique de nuestro dormitorio, por ejemplo- no aborta el cortejo amoroso sino que lo induce.

Por lo tanto, ahí va otra teoría. ¿A nadie le extraña que la población de urogallos haya disminuido un 50% a pesar de la prohibición de cazarlos? ¿No será ese el problema?

Al urogallo le va la marcha. Su actual apatía e inapetencia es una metáfora de lo que está sucediendo con los buenos españoles. Ya no hay navío en el que embarcarse, ni cuello holandés que pisar, ni duelo a la vuelta de la esquina, ni cabra que lanzar de un campanario. Y eso deprime a cualquiera. Al proteger al urogallo de las apasionantes virtudes de la caza se le ha privado del único motivo por el que todo español nace: la lucha.

Suelten a varios furtivos cántabros de 120 kilos en canal por el monte, bien pertrechados con escopetas de calibre 12 y ciegos de cazalla y verán como los urogallos se dejan de estrés y vuelven a montar a sus parejas.

La solución para nosotros es algo más compleja. Leemos preocupados que los trastornos de ansiedad, que afectan al 15% de la población, están creciendo en España. Mañana algunas sugerencias al respecto.

16 mar 2008

Lo nuestro

Estos últimos meses los lectores se habrán preguntado por la suerte de nuestras militantes plumas imperiales, que habían tornado silencio la afilada puya castellana, aséptico bisturí para todo lo indeseable que parasita esa sempiterna flor llamada España.

Honestamente. Nuestros héroes se habían retirado al Sagrado Santuario de Nuestra Señora de Covadonga, un exilio voluntario fruto del desánimo provocado por la remota distancia a la que nos encontramos de hacer realidad nuestros sueños imperiales.

Sí, queridos lectores. Tanto tiempo sin divisar tierra en el horizonte, sorteando las gigantescas y gélidas olas extranjeras, hacen mella hasta en el navío más bravo.

En el santuario -aquí se salvó Europa como universo de luz racional, libertad, humanismo y trascendencia- leyendo en alta voz, cual catecismo, Cartas a un joven español, pasábamos las horas esperando un cambio de ciclo histórico que nos devolviera el Imperio.

Pero un suceso ha conseguido espolear nuestra indignación hasta tal punto que nuestra pasividad se ha transformado en ferocidad, y nuestros poros rezuman esa furia española que tanto temen nuestros enemigos.

Rodolfo Chiquilicuatre, un digno Hijo del Imperio, es seleccionado con sabiduría por el pueblo español y ¡los medios de comunicación achacan su victoria a un fenómeno que llaman… FRIKI!

¿Por qué definir con una palabra extranjera una práctica tan española? Acaso no se acuerda nadie ya de Don Sebastián de Morra o de Don Juan Calabazas, dos bufones de tiempos de Felipe IV que hacían las delicias de la corte. En los retratos de Velázquez transmiten tal felicidad y orgullo que ¿quién mejor podría representar a España?

Gracias, Rodolfo, por hacernos volver.