16 nov 2007

Obras son amores



Ayer recorrí el país de punta a punta. Diez horas de coche gozando de ese Jardín de las Delicias llamado España, en el que la fragancia de flores tan hermosas como Honrubia, Villalba o Valladolid, embriagaron mis sentidos imperiales. Lo mejor no fueron ni los pintorescos retretes de las estaciones de servicio ni los cívicos camioneros que por millares hormiguean por nuestras arterias nacionales. Lo mejor fue disfrutar con las obras que intermitentemente alegraron nuestra ruta con una frecuencia que -¡pardiez!- consiguió sorprender al patriota que suscribe. Unas señales doradas, un operario con chaleco de mirada astuta, una buena zanja o maquinaria que de sentido a la obra y un grupo de trabajadores echando la tarde, es decir, un verdadero regalo a ojos de los que saben apreciar nuestros símbolos. Si además uno cruza Madrid, el asunto mejora (por algo es la capital). A la estampa que hemos dibujado puede añadirle las vallas y un monumental atasco que le permitirá apreciar la evolución de la obra con todo lujo de detalles, sin necesidad de esperar a la jubilación. No es de extrañar que, como hablamos, nuestras primeras multinacionales fueran las constructoras. Nuestro amor por esta tierra hace que gocemos surcándola, horadándola, manipulándola a nuestro antojo, en un proceso interminable inédito en el mundo, pues no olvidemos que España es una obra eterna sin igual. Además, ayer tuve dos sorpresas más:

1- La mayor retención y obra la encontré en una autopista. Nuestros políticos han comprendido que no podemos privar a los conductores de pago (18 €, en este caso) del buen viajar imperial con endebles argumentos de modernidad y fondos europeos.


2- Debido a un corte en una autovía nos desviaron amablemente durante 50 kilómetros por carreteras comarcales –también en obras- para descubrir pueblos tan encantadores como desconocidos. Todo bajo el manto de una noche estrellada en la estepa castellana, providencialmente alumbrada por los poderosos faros de las decenas de camiones que nos acompañaban.

¿Quién puede pedir más? Un conocido actor extranjero de visita en Madrid se despidió de la ciudad diciendo: Espero que encuentren el tesoro.


Cada puñado de tierra es un tesoro, caballero. Seguiremos cavando.

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