17 nov 2007

Amantes de lo ajeno

Según las conclusiones del Barómetro mundial del hurto en la distribución, realizado por el Center for Retail Research (Nottinghan, Reino Unido), éste le cuesta a cada familia Española 205 €, frente a los 168 € que le cuesta a las familias europeas. Seamos honestos y no intentemos camuflar emociones que nacen en el mismo tuétano de nuestra hispanidad: estamos sonriendo mientras leemos esto. Porque, vale, es posible que el pequeño hurto genere unas pérdidas de 1.700 millones de euros sólo el pasado año y que la mayoría de las pérdidas derivan de hurtos de clientes (53% en España, 42% en el mundo), pero… ¿y el ingenio creativo que demostramos burlando a los comerciantes y sus modernos sistemas de seguridad? Recuerdo una reunión con una docena de personas, todas ellos con cierta posición social, en la que pregunté quién de los presentes había hurtado algo alguna vez. Todos levantaron la mano. Y no hay nada de lo que avergonzarse. Los españoles no nos sentimos cómodos con eso de la propiedad. De hecho, con cierta sabiduría, hemos permitido durante siglos que la Santa Madre Iglesia y la aristocracia gestionaran todo el patrimonio nacional. Estamos acostumbrados a que todo sea de todos, de alguna forma. Algunos vieron malicia cuando nuestros antepasados cogieron prestado algo de plata y oro a las Colonias, pero nada más lejos de la realidad. Prendemos aquello que necesitamos para administrarlo mejor que aquel que ostenta su posesión. Y no dejamos de sonreír cuando alguien nos hace lo propio.

Esta forma de ver el mundo esta en peligro con unos nuevos sistemas antihurtos que están reduciendo este sagrado ejercicio. ¿Qué decir? Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar media docena de yogures con la única ayuda de un palillo. Llevarse dos retrovisores cerca de la puerta de un concesionario. Y como no defendamos nuestras virtudes, todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.



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